Por @Alvy — 9 de Febrero de 2022

Heather Morgan / YouTube

Ilya Lichtenstein y su mujer Heather Morgan han sido detenidos acusados de intentar blanquear miles de millones de dólares en bitcoins que procedían de un robo informático a Bitfinex en Hong Kong en 2016, según cuenta The New York Times. Morgan, de 31 años, se autodefinía como emprendedora, comediante, escritora y rapera. Su pareja, Lichtenstein, ruso/americano de 34 años, como emprendedor tecnológico, programador e inversor. Vivían en un apartamento de lujo en un rascacielos de Wall Street en la tradicional vida de aparentes excesos, con interminables apariciones en redes sociales, fotos y vídeos de TikTok y YouTube haciendo el ganso. La gente se está mofando de ellos con ganas desde que se conoció la noticia.

No está claro todavía si ellos mismos participaron en el crackeo a Bitfixnet hace ahora unos cinco años o si simplemente estaban intentando blanquear el dinero para otros. El caso es que los agentes del Departamento de Justicia estadounidense se han incautado de unos 94.000 bitcoins (de los 119.754 que se robaron), que al cambio actual de unos 43.000 dólares/bitcoin son unos 4.000 millones de dólares, la mayor incautación financiera de la historia, según la propia agencia.

¿Cómo les han atrapado? Es sabido que las transacciones en la blockchain de Bitcoin no son anónimas sino pseudoanónimas: la blockchain es como una gran hoja de cálculo que todo el mundo puede leer pero en la que sólo algunos pueden escribir (los «mineros» que añaden bloques y transacciones). Toda la historia de transacciones desde que existe bitcoin está al alcance de cualquiera y siguiendo el hilo es fácil consultar los datos, que son públicos, para ver que una bitcoin A era propiedad de X, que envió la cantidad B a la cartera de Y y Z, etcétera o hacer el camino a la inversa. Los bitcoins robados, procedentes de rescates y chantajes pueden rastrearse con relativa facilidad; es tan solo cuando pasan por los exchanges (casas de cambio) y se convierten en dinero fiat (dólares, euros) cuando se les pueden poner «nombre y apellidos» si esos exchanges conocen a los clientes o reenvían el dinero a bancos convencionales, donde queda un rastro más personal. Ahí se desvanece el pseudoanonimato.

Esto es lo que parece haber sucedido con Lichtenstein y Morgan, que habrían transferido esos bitcoins que controlaban –o al menos buena parte de ellos– a un exchange o servicio que de algún modo ha facilitado sus cuentas y contraseñas a requerimiento de las autoridades. No está claro si desoyeron uno de los más conocidos consejos del mundo cripto: «si no guardas tú las contraseñas, no son tus bitcoins» o si en algún servicio se guardaba una copia de esas contraseñas (quizá en la nube, en un gestor de contraseñas o en el software de una cold wallet insegura) pero los funcionarios dicen haberse hecho con ellas. El caso es que a pesar de que intentaron hacer laberínticos movimientos con esos fondos en bitcoin para ocultarlos, como abrir cuentas bajo nombres falsos, transferir diversas cantidades pequeñas y comprar tarjetas de prepago, todo resultó en en vano.

Ahora están acusados de un delito que les puede llevar a pasar 20 años en la cárcel; mientras tanto les han pedido 3 y 5 millones de dólares respectivamente como fianza.

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