Por @Wicho — 2 de Noviembre de 2017

El telescopio espacial James Webb, cuyo lanzamiento está previsto para 2018, estará en órbita en el punto de Lagrange L2, a unos 1,5 millones de kilómetros de la Tierra, con lo que es imposible que con las naves de las que disponemos ahora nadie pueda ir a hacer ningún tipo de ajuste ni mantenimiento una vez que esté allí.

Así que los 18 espejos que conforman su espejo principal están diseñados para poder moverse, de tal forma que se puede enfocar colocando cada uno de ellos en su posición óptima.

Para ello el Webb tomará imágenes de una estrella brillante y los controladores en tierra irán ajustando la posición de los espejos tras analizar la imagen obtenida. Es un proceso que tiene una fase «basta» en la que se harán ajustes grandes –de milímetros, pero grandes comparados con el resto– y una fase fina –con movimientos tan pequeños como una diezmilésima parte del grosor de un pelo humano– que se llevará a cabo tantas veces como sea necesario, y también periódicamente, para asegurar que el Webb obtiene las mejores imágenes posibles.

Enfocando

El proceso, que llevará varios meses, empezará unos cuarenta días después del lanzamiento, una vez que el Webb haya alcanzado su temperatura operativa.

Pero antes que eso tendrá que haber sobrevivido al espectacular origami inverso posterior a su lanzamiento, pues despegará plegado dentro de la cofia de un Ariane 5 ECA. Y eso da más miedo aún que los siete minutos de terror de Curiosity.

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