Por @Alvy — 4 de Octubre de 2018

Tom Scott cuenta en este estupendo vídeo la historia de lo que bien podría ser el primer «gran hackeo» de las telecomunicaciones, algo que sucedió en Francia en el siglo XVIII en lo que era la internet de palos y piedras de la época: la red de torres del telégrafo óptico.

La engañifa tuvo que ver –como más de una vez ha sucedido, desde El Golpe al High Frequency Trading de los mercados actuales– con la anticipación a la hora de recibir información crítica. En el caso de los hermanos Blanc lo que interceptaban eran precios de la Bolsa de París, que influían a su vez en los mercados de todo el país a lo largo del día. Consiguiendo transmitir la información antes de que la recibieran los organismos oficiales ganaron cantidades ingentes de dinero.

La red de telégrafo óptico promovida por Claude Chappe en Francia podía transmitir mensajes más o menos cortos a cientos de kilómetros de distancia en cuestión de horas. Pero esta red era sólo para uso gubernamental, no se podían transmitir mensajes privados ni siquiera pagando. Dice Scott que los detalles del hackeo están en buena parte entre la leyenda y la realidad, pero tras investigar los documentos originales de la época se ha averiguado más o menos cómo lo hicieron.

Según se conocía algún dato especialmente importante en la Bolsa de París enviaban mensajeros con paquetes con ropas de colores a una de las torres, de modo que un código de colores indicaba qué mensaje había que transmitir. Un operador –apropiadamente sobornado– enviaba entonces palabras clave intercaladas en los mensajes oficiales del día, que constaban de un código de pares de 96 posiciones, 8.000 «frases» en total. Lo hacía aprovechando un código especial equivalente a «error, borrar» para evitar que esos bits críticos quedaran plasmados en los mensajes oficiales. El resto de operadores de las torres retransmitían los mensajes (y los «errores») por toda la red sin saber que contenían información oculta; al final del trayecto alguien situado cerca de la torre simplemente veía el mensaje en lo alto de la torre y lo llevaba rápidamente a quien podía usarlo para especular en el mercado.

Curiosamente al final de esta historia y tras haberse lucrado durante dos años los hermanos y los operadores fueron detectados, detenidos y juzgados, pero no había ninguna ley aplicable a la transmisión de información por ese método, de modo que el incidente se saldó con una pequeña multa. Luego el gobierno prohibió específicamente ese tipo de operaciones, y también la construcción de redes privadas de telégrafos ópticos.

Hoy en día la situación es muy diferente, pero algunos hackeos parten del mismo principio. Como incluso unos pocos milisegundos son críticos en las operaciones bursátiles las entidades financieras buscan «ganar tiempo al tiempo» con servidores ultrarrápidos, torres de comunicaciones de microondas privadas y alquilando espacio en las oficinas y datacenters más cercanos a los centros de operaciones bursátiles y de intercambio de datos y comunicaciones para enchufar su fibra, porque aunque a veces se nos olvida incluso la velocidad de la luz en la fibra óptica tiene un límite.

Actualización (10 de octubre de 2018) – Pher nos recuerda por correo que algo parecido puede leerse en un clásico:

En la novela El conde de Montecristo el protagonista hace exactamente lo mismo –aunque sin tantos recursos de claves y espías– para arruinar en una especulación financiera a uno de los enemigos que lo habían enviado a prisión, de los que busca vengarse. La novela transcurre en la primera mitad del siglo XIX. Tal vez Dumas se atrasó y para esa época ya habían solucionado el problema o tal vez la idea de los hermanos Blanc se había puesto de moda y un especulador financiero decente y bien informado ya tendría que estar entrenado para desconfiar de la fidelidad de la información que llegaba por telégrafo, antes de tomar decisiones muy jugadas.
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