Que las pulseras de actividad tienen los días contados al ser reemplazadas por aplicaciones en el móvil o en relojes inteligentes es cada vez más evidente.
Me quedó claro nada más probar la aplicación Moves y más aún cuando el iPhone 5s estrenó un procesador dedicado a detectar los movimientos físicos del usuario.
Aunque Wicho no está de acuerdo conmigo, tal y como argumenté en su día al fin y al cabo el teléfono móvil ya puede reemplazar prácticamente cualquier gadget de uso habitual, desde la cámara de fotos y de vídeo a la videoconsola portátil, el lector de libros electrónicos, el navegador GPS, el despertador, la agenda o los reproductores de música y de vídeo portátiles.
Y no creo que las pulseras de actividad vayan a ser la excepción. O eso espero, porque me juego unas cañas con Wicho.
A colación, en Quartz, Fitbit’s long-term future sales curve revealed,
Esta gráfica es en realidad la evolución de las ventas a lo largo de los años del iPod de Apple —un negocio muy parecido al de otros dispositivos que tienen una única utilidad, como las pulseras de actividad o el Kindle de Amazon: son asequibles, funcionan razonablemente bien y dominan un mercado específico (...) Pero hay un problema. El seguimiento de la actividad física va camino de convertirse en una función —una app o varias apps— en dispositivos con una utilidad más amplia, de forma muy parecida a como ‘iPod’ y ‘Kindle’ se convirtieron en aplicaciones para los teléfonos móviles.
Lo que suceda finalmente con las pulseras de actividad depende de qué haga FitBit o cualquier otro fabricante de pulseras al respecto; pero parece inevitable que la cuantificación o el registro de la actividad física —al menos para la mayoría del público— acabará siendo más una función de otro gadget que un producto específico.