Por @Alvy — 27 de Abril de 2009

Foto: Endlich himmelblau (CC) Till Krech @ Flickr

Este estilo de computación cada vez más popular permite utilizar vastos recursos informáticos de forma relativamente sencilla, pagando sólo por lo que se utiliza realmente. Con más ventajas que inconvenientes está cambiando la forma en que se desarrollan las nuevas aplicaciones.

Allá por 2005 Amazon anunciaba Amazon Web Services, una noticia que resultó algo intrigante proviniendo de un gigante conocido principalmente por ser una tienda de libros. Este anuncio se refería a poner a la venta, como «servicio», parte de su plataforma informática, de modo que otras personas pudieran usarla, en cierto modo «alquilando» espacio en disco, transferencia y ciclos de CPU de sus servidores. Fue uno de los movimientos más relevantes en la popularización del cloud computing o «computación en la nube» de la última década. Google, IBM y otras compañías ya estaban preparando algo similar y fueron desvelando sus estrategias poco después.

La idea del cloud computing no es precisamente nueva, aunque ha requerido décadas para evolucionar hasta la forma actual. En los albores de la informática y de Internet compartir los de recursos de los grandes ordenadores era algo natural, debido a su escasez: los sistemas se compartían por tiempo, se debía «pagar» según el espacio en disco utilizado, la cantidad de información transferida o número de cálculos realizados. La idea era que nunca estuvieran parados.

Con el tiempo, se llamó «nubes» a cualquier tipo de sistema del que el programador se pudiera abstraer: no necesitaría conocer su funcionamiento físico ni estar pendiente si alguna pieza se estropeaba o si había que añadir más máquinas para garantizar su rendimiento. Centros de telefonía, redes cajeros automáticos o redes privadas virtuales se basaban en cierto modo en este concepto.

Hasta la propia Internet se dibuja tradicionalmente como una nube: da igual lo que haya dentro, una persona puede llegar de un lado a otro sin problemas. «Me da igual lo que haya ahí arriba, mientras funcione», es como definió la computación en la nube el experto Jay Cross. Marc Andreseen, pionero inventor del primer navegador web, la ve como «un sistema de computación potente, complejo, inteligente, allá en el cielo, al que la gente se puede conectar.»

El despegue de la nube

A principios del siglo XXI, con el boom de Internet y la madurez de tecnologías como la virtualización un buen número de empresas comenzaron a plantearse ofrecer nubes de computación a sus clientes. Los tradicionales problemas de «escalado» a los que se enfrentaban los informáticos podrían quedar resueltos; los proyectos en los que el hardware era un coste importante pasaban a una modalidad de tipo «alquiler» más llevadera. El cliente definiría qué necesitaba, en términos de almacenamiento, ancho de banda y potencia de cálculo y pagaría sólo por lo que necesitara. Los técnicos detrás de la «nube» harían el resto: asegurarse que los centros de datos y sus máquinas funcionaran, ampliarlos cuando fueran necesarios, mantenerlos siempre en marcha.

La computación en la nube combina un montón de conceptos del tipo «…como servicio» («… as a service»), del que tal vez el más conocido es el SaaS (Software como Servicio) pero también otros relacionados con las plataformas, las infraestructura o el almacenamiento de datos. Además, requiere cierto cambio de mentalidad: los datos y las máquinas que los procesan ya no tienen por qué estar físicamente en un sitio conocido, tal vez estén repartidos por diversos lugares del mundo.

La nube no es todavía un mundo virtual perfecto

Tampoco se pueden dejar de pasar por alto algunas de sus potenciales desventajas: una de ellas es que al no tener un control directo de la plataforma técnica: si algo falla «allá fuera», lo que el cliente haya desarrollado dejará de funcionar. Por cómo están diseñadas las nubes esto no es algo que ocurra habitualmente, pero ha habido algunas caídas de servicio memorables, tanto en Amazon como en Google y otras compañías, que perjudicaron a sus clientes.

Por otro lado, tal vez los más relevantes sean los problemas de privacidad y seguridad: al estar los datos que se suben a la nube repartidos por un montón de lugares virtuales, hay quien considera que podrían estar más expuestos tanto a ataques externos como a descuidos que causen problemas serios.

Para el común de los mortales relacionado de una u otra forma con la informática tal vez todo esto suene un poco a ideas de científicos locos, pero en la práctica significa que si alguna vez se embarca en un proyecto podrá hacerlo con «grandeza»: podrá dejar de preocuparse de los tradicionales costes fijos y de compras a amortizar que tradicionalmente han sido un escollo, sabiendo que hay una «nube de computación» de potencia virtualmente ilimitada, donde podrá alquilar lo que necesite, pagando sólo por lo que consuma.

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{Foto: Endlich himmelblau (CC) Till Krech @ Flickr}

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