Por @Alvy — 19 de Junio de 2006

Microsiervos, la novela

Microsiervos (Microserfs). Douglas Coupland. 1995. Harper Collins. Publicado en castellano en 1996 por Ediciones B, Grupo Z. ISBN 84-406-6646-2. Traducido por J.G. López Guix y C. Francí. Existe una segunda edición de bolsillo, mejorada y revisada, también en Ediciones B (ambas descatalogadas).

La cuarta novela de Douglas Coupland nació como un relato breve que se publicó en la legendaria pero por aquel entonces todavía muy joven revista Wired en enero de 1994: Microserfs. Aquella narración en primera persona, de algo que bien podría haber sido un auténtico diario, narraba la vida cotidiana de un grupo de programadores que trabajaban en Microsoft, donde Bill Gates es considerado una deidad. A pesar de estar entre la élite de la industria, en cierto modo son los siervos, casi esclavos, de la informática. Tras el éxito que alcanzó entre los lectores aficionados a la tecnología y la Internet del naciente «mundillo multimedia» de mediados de los 90, Coupland se animó a convertirlo en una novela, ampliando la historia original. Publicó a continuación Transhumanity también en Wired, en julio de 1995, que en el libro se sitúa en los capítulos finales. Pero la historia de Microsiervos, que es como acabaría llamándose en castellano la novela, ya podía leerse al completo en forma de libro.

En el relato original, que arranca en otoño de 1993, un grupo de geeks que viven juntos en una casa-comuna y trabajan en Microsoft dedicen dejar la «nave nodriza» y crear una start-up, su propia empresa. Tras 18 meses programando, crean un juego de construcción con piezas de LEGO virtual, que presentan a inversores y empresas del sector, con la esperanza de poder vivir del desarrollo de su propio software. Durante todo ese tiempo sus vidas se ven sacudidas por eventos familiares y laborales, un cambio de trabajo, una mudanza de Seattle a Silicon Valley, amores y desamores. Coupland recurre a las meticulosas descripciones que emplea en todas sus novelas para explicar cómo es ese mundo de los «microsiervos», un universo tal vez más lleno de marcas y productos cotidianos del mundo consumista que de sentimientos y sensaciones, donde sólo filosofan a su modo sobre lo que realmente les importa. También emplea la tipografía como juego visual para transmitir esas sensaciones al lector: textos grandes, pequeños, palabras, marcas, frases cambiantes, juegos curiosos en definitiva.

Los protagonistas de la novela son veinteañeros de los 90, principalmente programadores, hackers, técnicos y diseñadores. Son el habitual cruce entre nerd y geek, carentes de vida propia, amantes de los ordenadores. Tal vez la propia novela, como explican los traductores, sea de forma natural la propia definición de términos como geek y nerd. Como describiría Vicente Verdú en el prólogo de la novela,

[Los microsiervos] son plásticos a la voluntad de la empresa, a la innovación, dúctiles no ya para entender los secretos de la informática como los nerds sino hábiles para convertirse en geeks, capaces de vender nuevos programas que interesen a otros nerds y otras empresas.

Lo que une a Daniel, Susan, Todd, Bug, Michael, Karla y Ethan, los protagonistas, que son individualmente tienen historias muy diferentes unos de otros, en sin duda ese característico «deseo de ser 1.0», de crear por una vez en la vida algo original, propio, desde cero, de crear la primera versión de algo nuevo. Como dice la contraportada del libro,

Microsiervos, Ediciones BLos microsiervos no comen, no hacen deporte y no filosofan: les basta con trabajar. Se alimentan calculando la proporción adecuada entre proteínas e hidratos de carbono. Ajustan el ejercicio a las exigencias de una perfecta musculación y tratan de esclarecer si sus ideas pertenecen o no a la lógica lineal. Nacidos en los setenta, crecieron jugando con artilugios electrónicos y su lenguaje se ajusta a los términos de las computadoras. En un mundo en que las emociones mueren por carecer de códigos de barras, se desliza por fin un proyecto que aspira a la transhumanidad.

Como en otras obras de Coupland, el libro está plagado de humor, bastante geek en ocasiones, de descripciones «mortalmente detalladas» y con constantes referencias a la cultura popular de los 70, 80 y 90, con los que forma situaciones atípicas y divertidas. Es difícil no sentirse identificado con los personajes excepto por la distancia cultural, y resulta una lectura sin duda amena para profundizar en cómo son (o eran) las cosas en la joven Microsoft y el Silicon Valley de los 90.

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Acerca de esta reseña:

Hemos mantenido este weblog llamado Microsiervos durante años, escribiendo reseñas de un montón de libros, de obras de Coupland... sin publicar, paradójicamente, nunca, nunca, una reseña de Microsiervos. Esta mañana un correo de Jaime, del IRLab nos recordaba que tal día como hoy, hace 10 años se publicaba la novela en Estados Unidos. Comprobando las fechas nos dimos cuenta de que en realidad lo que se publicó fue la versión en rústica, porque la novela vio la luz en edición en tapa dura justo un año antes, en junio de 1995, hace ya once años. En cualquier caso, había que aprovechar la ocasión o terminaríamos por no escribir nunca de la novela que dio nombre a este blog. Así que aquí quedó hecho.

Recordatorio: Respuesta a la pregunta de siempre, #6 del FAQ, que obviamente hemos empezado a recibir por correo: P: ¿Dónde puedo comprar este libro en castellano? R: No tenemos ni idea, está descatalogado hace ya bastante tiempo porque tiene ya diez años. Si alguien sabe dónde quedan ejemplares (lo editaba Ediciones B, y existe en una versión en formato grante y otra de bolsillo), que nos lo diga y lo compartiremos con todos.

Actualización: Laura nos recuerda que Microsiervos puede conseguirse en préstamo en algunas bibliotecas públicas. Por ejemplo en las Bibliotecas Públicas de Madrid (buscar «microsiervos») hay tres ejemplares, la web indica dónde y cuándo están disponibles para préstamo.

Actualización (20 de junio de 2006): Juan nos cuenta que encontró algunos ejemplares hace cinco meses en una librería de libros viejos y descatalogados que hay en el centro comercial Augusta de Zaragoza. Costaba 4 euros porque los vendían «al peso».

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