Por @Alvy — 2 de Mayo de 2012

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Este artículo se publicó originalmente en Cooking Ideas, un blog de Vodafone donde colaboramos semanalmente con el objetivo de crear historias que «alimenten la mente de ideas».

El creador del titánico software Mathematica, la mente detrás del buscador inteligente Wolfram Alpha y autor a la vez de la colosal y ambiciosa A New Kind of Science ha realizado un peculiar ejercicio de strip tease personal compartiendo el análisis de sus datos personales más geeks con el mundo entero.

Entre los datos estadísticos que ha recopilado Stephen Wolfram desde hace más de 20 años se incluye información acerca de 300.000 mensajes de correo que ha enviado, además de todos los que ha recibido, y unas 100 millones de pulsaciones de teclado, lo cual quiere decir que ha escrito unos 15 o 20 millones de palabras. También hay información sobre los eventos de su agenda e incluso sus llamadas de teléfono. Por si eso fuera poco, también lleva un podómetro encima que, que contabiliza cuántos pasos da cada día, lo que permite calcular la distancia recorrida y en parte el ejercicio físico realizado.

Supongo que quien más, quien menos, guarda datos estadísticos de este estilo sobre lo que hace a lo largo del día, ¿no?

El análisis de los datos desde luego resulta apasionante –para los nerds de las estadísticas, claro– dado que se puede saber cuántas horas de sueño más o menos tuvo cada día, a qué horas es más fácil encontrarle para hablar por teléfono, cuál es la duración promedio de sus conversaciones por teléfono, sus reuniones, y en qué época sucedieron «cosas raras» que alteraron los ritmos habituales.

(…) Aunque sea un poco nerd recopilar toda esta información, lo cierto es que luego tiene sus aplicaciones prácticas: saber en qué empleas el tiempo y cómo organizarte mejor, especialmente. Lo que me pareció más sorprendente es descubrir lo regulares que son los patrones de las actividades que realizamos en nuestra vida cotidiana.

Entre esos «eventos fuera de lo común» en la vida cotidiana de Wolfram, el matemático explica y señala en los datos cómo cambiaron sus hábitos mientras terminaba los últimos capítulos del libro A New Kind of Science, por ejemplo. También puede observarse una especie de «pausa» en el trabajo cuando nació su primer hijo o las curiosas líneas verticales que indican que estuvo enviando correos aparentemente durante 24 horas seguidas: «son viajes a Europa».

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Además de todo esto, en los datos se puede ver cómo su ritmo de sueño es bastante regular, de 3 a 11 de la mañana, y cómo con el paso de los años ha aumentado la cantidad de ejercicio que hace y también la gente distinta con la que interactúa cada día.

Los datos recogidos por Stephen Wolfram –más o menos de forma automática– son casi puramente simbólicos, y no llegan desde luego a ser los microchips implantados en los personajes de la estupenda película de Robin Williams The Final Cut (2004), capaces de guardar vídeo y audio en alta definición de cada instante de su vida. ¿Veremos sistemas similares evolucionar en los próximos años para ir guardando nuestros datos vitales y archivándolos para que posteriormente se analicen, bien por nosotros, bien por otras personas?

Desde luego no hay mucha gente que guarde tantos datos como Wolfram, pero quien quienes están preocupados por su salud, siguen una dieta o hacen ejercicio guardan sus diarios de entrenamiento, tablas de peso o incluso otra información menos habitual todavía. No está mal tenerla por si ha de revisarla algún especialista de vez en cuando; también resulta entretenido guardarla, sobre todo si es de forma automática: desde hace tiempo existen gadgets de todo tipo para guardar vía Wi-Fi en una hoja de cálculo el peso, la tensión arterial, los datos sobre frecuencia cardíaca, azúcar en sangre y otros.

Una de las consideraciones a tener en cuenta será, como en la película, que no haya un conflicto entre los datos que se guardan y los temas de privacidad, y –como bien decían los conspiranoicos que se oponían a aquellos implantes de microchips– regular hasta qué punto se pueden emplear estos aparatos en niños de corta edad dado que se puede estar archivando información que de mayores no quisieran que circulara por ahí. Son, como siempre los dos lados claroscuros de la estas tecnologías que parecen del futuro pero que ya están aquí.

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