Es sabido que en cuando en las noches veraniegas hay alguna fuente de luz encendida, las moscas, mosquitos y polillas empiezan a volar hacia la luz como atraídas de forma inexorable. Este fenómeno natural no debía haber sido estudiado convenientemente hasta hace poco, pero tal y como publicó un grupo de biólogos en Nature hace tiempo (Why flying insects gather at artificial light), hay una explicación científica para esa «atracción», que en realidad no es tal.
La conclusión de sus sesudos experimentos es que los insectos no vuelan directamente hacia la luz, sino que lo que hacen es inclinar su dorso (la parte superior del cuerpo) hacia la fuente luminosa.
Ese reflejo se llama respuesta dorsal a la luz (DLR, dorsal light response) y tiene una explicación muy del estilo de las de «cuando todos éramos animales primitivos». Resulta que en condiciones naturales, el cielo es la parte más brillante que detecta la vista; eso sirve a los animales, pero especialmente a los insectos voladores, a detectar dónde está el «arriba», que es donde querrían estar.
Cuando se enciende una bombilla se rompe esa referencia: los insectos inclinan el cuerpo hacia la luz, lo que les hace volar en trayectorias perpendiculares, dibujando órbitas, giros erráticos, o incluso caídas. Es el famoso «revoloteo alrededor de la luz» que parece haberles hipnotizado.
En resumen: esa «atracción» no se debe al calor, ni al deslumbramiento ni a que confundan la luz con la Luna, todas teorías mil veces escuchadas dignas del territorio de las leyendas urbanas. Se trata simplemente de una alteración de su sistema de control y orientación de vuelo, como si se les hubiera hackeado el GPS o la brújula. A los insectos voladores la luz les distorsiona su reflejo de mantener el dorso hacia la zona más brillante del entorno, que en la naturaleza es el cielo, pero cuando hay otro tipo de luz puede estar en cualquier parte.
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Ilustración: GPT 5.
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