Por @Wicho

Portada del libro con fotos de las seis programadoras originales del ENIAC, el título, el subtítulo, el nombre de la autora y un fragmento de una de las hojas en las que escribían los programas antes de implementarlos en el ordenadorProving Ground: The Untold Story of the Six Women Who Programmed the World’s First Modern Computer. Por Kathy Kleiman. Grand Central Publishing (22 de julio de 2022). 274 páginas.

En el verano de 1942 el Ejército de los Estados Unidos aceptó la propuesta de John Mauchly y J. Presper Eckert para diseñar y construir un ordenador que fuera capaz de calcular las tablas de tiro de artillería. La idea era no sólo acelerar el proceso, que llevado a cabo por calculadoras humanas tardaba semanas en estar listo, sino de paso eliminar los errores que cada paso dado por una persona podía introducir.

El ordenador sería conocido como ENIAC, de Electronic Numerical Integrator And Computer, Computador e Integrador Numérico Electrónico. Y, según cómo lo mires, se puede argumentar que fue el primer ordenador de la historia. O al menos el primer ordenador moderno.

Pero como hoy sabemos, diseñar y construir el ordenador, algo en absoluto trivial, y mucho menos en aquella época en la que tan siquiera estaba claro que el concepto pudiera funcionar, es sólo la mitad del problema. Y es que sin el programa que le permitiera calcular las tablas en cuestión el ENIAC no iba a servir para eso. Ni para nada.

Esa tarea recayó en Betty Holberton, Kay McNulty, Marlyn Wescoff, Ruth Lichterman, Betty Jean Jennings, y Fran Bilas, seis licenciadas en matemáticas que formaban parte de los cientos de calculadoras que elaboraban las tablas en cuestión. Aunque no lo tuvieron nada fácil porque, por una parte, al principio no tenían acceso físico al ordenador. Y, por otra, porque cuando les encomendaron la tarea aún no existía ningún tipo de manual de programación para el ENIAC.

Así que armadas con los esquemas de cada una de las unidades que formaban el ordenador y la información de cómo se podían conectar entre ellas se pusieron a ello. Y no sólo consiguieron entender cómo funcionaba todo aquello sino que para el 14 de febrero tenían listo el programa de cálculo de tablas de tiro que en unos veinte segundos completaba el trabajo que antes llevaba semanas y cuyo funcionamiento fue demostrado en una presentación pública. Lo que las convierte en las primeras programadoras de la historia, con el permiso de Ada Lovelace. Aunque a diferencia de ella, las seis del ENIAC sí dispusieron de un ordenador en el que ver en acción su trabajo.

Sólo que el mérito del programa fue atribuido a Herman H. Goldstine, responsable del ENIAC por parte del Ejército de los Estados Unidos, y a su mujer Adele, que estaba escribiendo un manual de programación para el ordenador. Y aunque las seis programadoras reales aparecían en unas cuantas fotos publicadas en la prensa, sus nombres nunca aparecieron publicados. Al fin y al cabo en aquella época aún no se le daba la importancia que tiene al software, con lo que mucho menos a quienes se habían encargado de crearlo.

Y de hecho con el tiempo se fue olvidando el papel fundamental de estas seis mujeres en la historia del ENIAC en particular y de la informática en general. Hasta el punto de cuando la autora se presentó en el despacho de la Dra. Gwen Bell, en aquel momento directora del Museo de Ordenadores de Boston, para intentar averiguar quienes eran le contestó que simplemente se trataba de unas modelos.

Afortunadamente esa respuesta no la convenció y siguió indagando hasta sacar a la luz su verdadero y muy relevante papel. Este libro es el resultado de su empeño. No es una biografía al uso de cada una de ellas, aunque sí incluye una breve biografía de todas hasta que las reclutaron para programar el ENIAC y de lo que hicieron después. Pero también cuenta cómo, armadas sólo con sus intelectos –brillantes– y unas enormes ganas de saber, las seis consiguieron no sólo que el ENIAC calculara aquellas tablas sino que, durante años, sirviera para resolver numerosos programas.

Un más que muy recomendable libro. La única pena es que, hasta dónde sé, no está disponible en español.

Además de la autora de este libro Kathy Kleiman es también la fundadora de The ENIAC Programmers Project y co directora de la serie documental Great Unsung Women of Computing.

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Por @Alvy

Portada de Microsiervos (2025), la novela de Douglas CouplandComo ya adelantamos hace tiempo Alianza Editorial ha reeditado Microsiervos (2025), la novela de Douglas Coupland de la que toma su nombre este humilde blog. Algo que hacemos como signo de devoción, admiración y y reverencia hacia una obra que supo capturar el alma digital de una generación. Así que no esperes otra cosa más que nuestra más ferviente recomendación de hacerte con un ejemplar si todavía no tienes uno.

Escrita en 1995, los traductores J.G. López Guix y C. Francí han afinado la ya mejorada en su día segunda edición (1998) con una actualización al siglo XXI. Esto es porque el tiempo ha grabado en piedra muchos términos que hoy son comunes y populares, como meme, nerd o Ikea que entonces se entrecomillaban o explicaban por el hecho de que pudieran resultar desconocidos o confusos.

Resulta curioso volver a leer la obra más de un cuarto de siglo después y comprobar con qué precisión y clarividencia Douglas Coupland retrató el futuro, un futuro que a veces incluso es ya pasado.

– López Guix /Francí,
traductores de Microsiervos

Aunque la edición original de Ediciones B se puede encontrar todavía de segunda mano a precios desorbitados, Microsiervos (2025) está disponible en formato Kindle por 7,59€ y en tapa blanda por 13,77€. Son 496 páginas a cual más deliciosa en el que quizá es el mejor relato de Coupland, ese «gran cronista de los nativos digitales, un escritor con mundo propio, irónico y detallista, gran observador de las ansiedades y los desafíos de la sociedad hiperconectada.» como le han denominado.

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Por @Alvy

Libros en una hoja: la última moda para los amantes de la lectura perezosos – Minimae

No sé cual será el estado actual de Minimae, pero la iniciativa me pareció preciosa, aunque por las fechas no adivino si está muy activo o poco. El caso es que nos recomendó el sitio Noemí, hablando por correo de otras cosas, y resulta ser una auténtica joyita. Se trata de una tienda de láminas en las que hay un libro completo en una sola página.

¿Cómo es esto posible? El póster reproduce a tamaño generoso la primera página; luego usando una tipografía reducidísima está el resto, que hay que explorar visualmente, a veces con lupa. Todavía no me explico cómo caben las 377.032 palabras del Quijote ahí, creo que es a 2 puntos de altura, pero esa es la idea.

Creadas por Pepe Gómez Larraz, estas láminas incluyen versiones condensadas de clásicos como Don Quijote de la Mancha de Cervantes o el tradicional Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll, pero también diseños cuidadosamente estructurados del Apolo XI o la cafetera Moka Express. Cada pieza es una mezcla de arte y literatura, pensada tanto para amantes del diseño como para bibliófilos, con tiradas en ocasiones limitadas.

Las láminas no incluyen marco pero están impresas en papel de alta calidad Tatami de 200 gr, a tamaño 60 × 90 cm, así que su precio entra dentro de lo razonable, mantiéndose alejado del elitismo habitual del mercado del arte. Algunas incluyen incluso incluyen una lupa de aumento (Carson 10x) a modo de componente lúdico y para facilitar la exploración.

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Por @Wicho

Foto de una biblioteca con una serie de luces que cuelgan del techo encendidas

Qué objeto tan asombroso es un libro: un ensamblaje de partes flexibles y chatas hechas a partir de un árbol, que siguen llamándose «hojas», impresas con garabatos pigmentados de oscuro. Al posar la mirada en él entras en la mente de otra persona – tal vez alguien muerto hace milenios.

A través del tiempo, el autor te habla, clara y silenciosamente, dentro de tu cabeza, directamente a ti. La escritura es capaz de unir a personas de diferentes eras que nunca se conocieron. Los libros rompen los grilletes del tiempo, son la prueba de que los humanos pueden hacer magia.

– Carl Sagan
vía Irene Vallejo

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Foto de Janko Ferlič en Unsplash

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