En 2023 la revista Investigación y Ciencia anunciaba el fin de sus días después de 47 años de publicación ininterrumpida. Fue algo que supuso una gran tristeza para todo los que seguíamos la revista desde hacía décadas. Ahora se pueden ver y descargar desde Archive.org, el archivo de Internet:
Lo más práctico según comenta Martín Monteiro, en cuyo blog vi hace tiempo estos enlaces, es mirar primero la lista de los sumarios de las revistas, organizados por años, y luego volver al archivo para elegir el año y, en la lista de archivos de ese año, visualizar o descargar el mes concreto.
Como detalle personal, yo me sumergí en la revista con el ejemplar que ilustra esta anotación (septiembre 1982) y mantuve la suscripción hasta 2003 o 2004, creo recordar. Luego comencé a comprarlos hacia atrás en el Rastro o cuando salían de oferta en la librería del VIPS a 0,60€ el ejemplar, hasta que completé la colección. (¡Qué pena me dio venderla!) Comencé a leerla por la legendaria sección Juegos matemáticos de Martin Gardner, al que sucedieron ni más ni menos que Douglas Hofstadter, A.K. Dewney (Recreaciones informáticas) y Ian Stewart (Recreaciones matemáticas) con el paso del tiempo. Fue una revista que nos dejó ejemplares perfectos y en la que tuve la suerte de incluir una miniaportación en forma de solución al Rubik’s Magic (4×2).
En la página de Juan MR Parrondo hay también una recopilación de la sección Juegos matemáticos, en su adaptación local, entre 2001 y 2008. Son 85 artículos sobre probabilidad, estadística, teoría de juegos, física, teoría de la información, análisis, música, filosofía e historia y recreaciones desde el peculiar punto de vista de las matemáticas. Lectura para rato.
Entre otros hay observaciones astronómicas, representaciones teatrales, encuentros y charlas, talleres, yincanas de temática científica, experimentos, talleres, demostraciones, experiencias, rutas, representaciones teatrales, monólogos y un largo etcétera. Se habla en ellos del aspecto lúdico del trabajo de los investigadores e investigadoras, de los beneficios que aportan a la sociedad y de su repercusión en la vida cotidiana.
Un cohete Falcon 9 de SpaceX ha lanzado apenas hace un par de horas tres misiones para monitorizar el clima espacial. Se trata de la sondas IMAP, de Interstellar Mapping and Acceleration Probe; el Observatorio Carruthers de la Geocorona, ambas de la NASA; y el observatorio Space Weather Follow On–Lagrange 1 (SWFO-L1) de la NOAA, la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica.
Las tres operarán desde el punto de Lagrange L1 del sistema Sol-Tierra. Situado a 1,5 millones de kilómetros de nuestro planeta en dirección al Sol tiene la ventaja de que la gravedad de ambos astros se compensa, con lo que las misiones que están allí tienen que usar muy poco combustible para mantener su posición. Además siempre tienen el Sol a la vista.
IMAP, o Sonda de Cartografía y Aceleración Interestelar, utilizará sus diez instrumentos para ayudarnos a comprender mejor los límites de la heliosfera, la enorme burbuja magnética creada por el Sol que rodea y protege nuestro sistema solar de la radiación dañina de la galaxia.
Además, IMAP permitirá realizar observaciones en tiempo real del viento solar y partículas energéticas que pueden dar lugar a condiciones peligrosas en el entorno espacial cercano a la Tierra. Así puede proporcionar una alerta temprana de aproximadamente 30 minutos sobre la llegada de radiación a los astronautas y las naves espaciales.
IMAP era la carga útil principal del lanzamiento, pero dado que el Falcon 9 iba sobrado de potencia para ponerla de camino Carruthers y SWFO-L1 también pudieron apuntarse.
IMAP (arriba), Carruthers a la izquierda y SWFO-L1 antes de ser encapsuladas para el lanzamiento. Una de las mitades de la cofia protectora está a la izquierda – NASA
La órbita de observatorio Carruthers alrededor del punto L1 proporcionará múltiples ángulos de la geocorona terrestre que permitirán determinar su forma, tamaño y densidad.
La misión SWFO-L1, por su parte, monitorizará la atmósfera exterior del Sol en busca de eyecciones de masa coronal, y medirá el viento solar más allá de la Tierra. Los datos proporcionarán alertas tempranas sobre fenómenos meteorológicos espaciales destructivos que podrían afectar a nuestras infraestructuras e industrias dependientes de la tecnología.
Está previsto que IMAP y SWFO-L1 empiecen su misión en enero de 2026; Carruthers lo hará en marzo.
La primera etapa del Falcon 9, la B1096 que volaba en su segunda misión, aterrizó sin problemas en el espaciopuerto flotante Just Read the Instructions, así que podrá seguir lanzando misiones una vez revisada.
El presidente Trump, en una rueda de prensa que dio bastante vergüenza ajena, anunció ayer que su administración ha determinado que el consumo de paracetamol durante el embarazo aumenta de manera significativa el riesgo de autismo en el bebé. Así que mejor no tomarlo.
Y, por si eso fuera poco, también anunció que el uso de un medicamento llamado leucovorina, mejora las capacidades comunicativas de las personas con esta condición.
El problema es que ninguna de las dos afirmaciones se sostiene bajo el punto de vista de la ciencia.
Todo esto viene de la promesa hecha por Robert F. Kennedy Jr. durante su proceso de confirmación como secretario de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos –como ministro de sanidad, vaya– de que iba a encontrar la causa de la «epidemia de autismo» que sufre el país para este mes de septiembre. Lo que es una afirmación como poco arriesgada teniendo en cuenta que la comunidad científica lleva décadas estudiando el tema sin haber llegado a ningún tipo de conclusión en este sentido.
De hecho una de las posibles causas que ya han sido estudiadas en varias ocasiones es precisamente el consumo de paracetamol. Sin que ningún estudio haya encontrado relación alguna.
El más grande llevado a cabo hasta la fecha, que incluye a 186.000 niños cuyas madres fueron tratadas con paracetamol durante el embarazo de entre los 2,4 millones nacidos en Suecia entre 1995 y 2019 descarta relación alguna entre la administración de paracetamol y el autismo. Y, ya puestos, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad o cualquier tipo de discapacidad intelectual. Un estudio similar en Noruega, aunque de menor tamaño, arroja los mismos resultados.
Y, para sorpresa de nadie, tampoco hay nada demostrado respecto a la leucovorina. Aunque, curiosamente, fíjese usted qué casualidad, el doctor Mehmet Oz, el tercero en discordia en la rueda de prensa, vende ese producto a través de su empresa.
Ya lanzado, Trump insistió con la vieja cantinela de que los ingredientes de las vacunas o la administración de vacunas en un intervalo de tiempo muy corto podrían contribuir al aumento de las tasas de autismo en los Estados Unidos, sin aportar ninguna prueba médica. Más que nada porque no puede aportarla ya se trata de afirmaciones desmentidas hace tiempo así que no puede tener pruebas. Claro que la realidad y la verdad tampoco son algo que le preocupe mucho.
En cualquier caso esto le sirve a Trump para afirmar entre su electorado que ha cumplido una promesa más de su campaña electoral, que en realidad es lo que le interesa.
Pero lo malo es que pondrá a las mujeres embarazadas que no tengan acceso a mejor información en una situación de vulnerabilidad para tratar cualquier tipo de dolor. Por no hablar del sentimiento de culpabilidad que causará en aquellas que hayan tomado paracetamol durante el embarazo y tengan una hija o un hijo con autismo. Y también dará falsas esperanzas de mejora con el cuento de la leucovorina.
Otro problema es la cantidad de energía que habrá que emplear en refutar estas afirmaciones, por mucho que ningún otro sistema de salud del mundo se las vaya a tomar en serio. Como dice la ley de Brandolini, «La cantidad de energía necesaria para refutar tonterías es un orden de magnitud mayor que la necesaria para producirlas».
Y anda que no tenemos cosas serias de las que preocuparnos como para encima tener que darle vueltas a esto.