No todas las células son iguales; las hay más grandes y más pequeñas. Así por ejemplo mientras que una célula como la bacteria E. coli pesa 1 picogramo, una sencilla célula de levadura pesa cien más, unos 100 picogramos. Recordemos que en 1 gramo hay 1 billón de picogramos (1.000.000.000.000). Para descubrir estos valores los científicos utilizan dispositivos capaces de medir la masa de células individuales con una precisión de 1 femtogramo (una milésima de picogramo, o una mil billonésima de gramo). Son ingenios tan precisos que pueden detectar incluso el cambio en la masa de una célula a medida que crece. [Vía Asimov Press.]
Es sabido que en cuando en las noches veraniegas hay alguna fuente de luz encendida, las moscas, mosquitos y polillas empiezan a volar hacia la luz como atraídas de forma inexorable. Este fenómeno natural no debía haber sido estudiado convenientemente hasta hace poco, pero tal y como publicó un grupo de biólogos en Nature hace tiempo (Why flying insects gather at artificial light), hay una explicación científica para esa «atracción», que en realidad no es tal.
La conclusión de sus sesudos experimentos es que los insectos no vuelan directamente hacia la luz, sino que lo que hacen es inclinar su dorso (la parte superior del cuerpo) hacia la fuente luminosa.
Ese reflejo se llama respuesta dorsal a la luz (DLR, dorsal light response) y tiene una explicación muy del estilo de las de «cuando todos éramos animales primitivos». Resulta que en condiciones naturales, el cielo es la parte más brillante que detecta la vista; eso sirve a los animales, pero especialmente a los insectos voladores, a detectar dónde está el «arriba», que es donde querrían estar.
Cuando se enciende una bombilla se rompe esa referencia: los insectos inclinan el cuerpo hacia la luz, lo que les hace volar en trayectorias perpendiculares, dibujando órbitas, giros erráticos, o incluso caídas. Es el famoso «revoloteo alrededor de la luz» que parece haberles hipnotizado.
En resumen: esa «atracción» no se debe al calor, ni al deslumbramiento ni a que confundan la luz con la Luna, todas teorías mil veces escuchadas dignas del territorio de las leyendas urbanas. Se trata simplemente de una alteración de su sistema de control y orientación de vuelo, como si se les hubiera hackeado el GPS o la brújula. A los insectos voladores la luz les distorsiona su reflejo de mantener el dorso hacia la zona más brillante del entorno, que en la naturaleza es el cielo, pero cuando hay otro tipo de luz puede estar en cualquier parte.
En esta tesis plantea que todos los razonamientos que el ser humano pueda llegar a hacer se reducen a combinaciones de ideas básicas en forma de sonidos, letras o números. Su idea era enumerarlos: planteó una especie de «alfabeto del pensamiento» con los conceptos primarios. Luego se podría jugar con todos los símbolos que lo componían, incluyendo sujetos y predicados, para generar juicios y descubrir verdades. Introdujo conceptos como las permutaciones y combinaciones matemáticas para ello.
Esto sería una forma de razonamiento sistemático en lugar de intuitivo, apto para ser mecanizado. Estaba inspirado a partir del Ars Magna Generalis de Ramón Llull (del 1305, siglo XIV) y, como era costumbre en aquellos tiempos, estos trabajos mezclaban cuestiones matemáticas, lógicas y teológicas, campos a veces no muy desarrollados que hoy en día se consideraría que ni venían a cuento.
De ahí a la Biblioteca de Babel de Borges hay un paso.
Medio mundo está flipando ante los asombrosos descubrimientos de un grupo de científicos marinos argentinos del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) y el Schmidt Ocean Institute. Están explorando las profundidades abisales del océano frente a Mar del Plata, a bordo del Falkor (too), un barco-laboratorio con más tecnología que un episodio de Star Trek.
Desde el barco han bajado a las profundidades abisales un robot submarino llamado cariñosamente SuBastian (sí, como el cangrejo de La Sirenita, pero sin el acento caribeño) a más de 4.000 metros de profundidad. ¿El objetivo? Mapear montes submarinos, estudiar corales y esponjas abisales, y recolectar muestras de organismos que probablemente ni saben que existe algo llamado «superficie» en el planeta. Como lo están retransmitiendo en vídeo de ultra alta definición –creo que en tiempo real, y luego hay resúmenes reaccionados de todo tipo en YouTube– está viralizándose, como quien dice. Minipunto para la ciencia popular.
¿Qué han encontrado hasta ahora? Pues criaturas rarísimas que parecen salidas de una peli de Guillermo del Toro: esponjas gigantes, peces con cara de «yo no pedí nacer aquí» y estructuras geológicas que nos dicen cómo se mueve la Tierra bajo el mar, como si fuera una placa tectónica con resaca. En el vídeo «volumen 5» aparecen, en otros, un pez trípode y una especie de anémona que podría ser una mano robótica con chupópteros en vez de dedos.
Pero lo más asombroso es que gran parte de ese ecosistema nunca lo había visto ningún ser humano. Los científicos están, literalmente, descubriendo nuevos mundos… Y sin necesidad de salir del planeta. Eso sí, los selfies con las medusas que brillan en la oscuridad, que no falten.
Actualización (8 de agosto de 2025) – Ya apareció la estrella de mar «culona» también apodada Patricio, como el de Bob Esponja. (¡Gracias, Javier, por el enlace!)